PROLOGO PARA EL LIBRO “PIELES DEL MÁS ACÁ”

En “El ocaso de los ídolos”, Friedrich Nietzsche anotaba que: “nada es más condicionado, digamos limitado, que el sentimiento de lo bello. En lo bello, el hombre se pone como medida de perfección; en ciertos casos se adora a sí mismo. El hombre cree que el mundo está cargado de belleza: se olvida como causa de dicha belleza. Él se ha hecho a sí mismo el regalo de la belleza: de una belleza, ay, demasiado humana”. A lo largo del siglo XX el concepto de belleza pasó por una serie de transformaciones. Por ejemplo, Werner Herzog en su película  “El enigma de Kaspar Hauser” (1974) iniciaba su relato con unas imágenes de hermosura singular: el viento movía con placidez los campos de trigo. La acción era elemental y, sin embargo, el resultado era estremecedor porque mostraba la paradoja de convertir lo ordinario en algo diferente, en un proceso que acercaba al espectador al fenómeno de la expresividad. En las fotografías de Norma Angélica G. Ordieres  está la búsqueda alrededor del cuerpo humano. Ella hace visible esa ruptura de barreras entre lo masculino y lo femenino, lo joven y lo viejo, lo que recobra la inocencia y la que tiene la referencia de lo sensual. Este conjunto de presencias tiene el cometido de invocar la “otra belleza”, la que se da como un proceso del saber, la que aguarda que un espectador complete el momento. Ese diálogo, que es mirada profunda, se sumerge en algo que está presente desde la época romántica, es decir alrededor de los inicios del siglo XIX, cuando la “razón clásica” cede ante las realidades de un entorno menos idealizado y con una carga propositiva ligada a la época. Si Goya exclama: “¡La razón produce monstruos¡”, entonces el artista debe nadar a contracorrientes de esas figuras emblemáticas que buscan la belleza convertida en canon grecolatino. Dejar atrás ese artificio es una de las conquistas de la modernidad. Si la belleza existe ésta debe emanar de las circunstancias de una época, de los procesos que conviven para hacerla imagen ante los ojos de otros que comparten ese fenómeno. Cierto es que existe un esquema mediático que trata de apropiarse de lo bello; esto es un intento fallido. La belleza desborda los estereotipos y ronda latitudes que parecieran ajenas.

Las fotografías de Ordieres en un primer momento tratan de recuperar las sensaciones de lo inmediato, lo que se pierde en el rigor del tiempo y en la celeridad del instante. De pronto es un recién nacido que es alimentado. Serán los encuentros visuales con un hombre mayor, o los textos escritos en el cuerpo, como aquellos que proponía “El libro de cabecera” en el filme de Peter Grrenaway.   Además, Norma Angélica G. Ordieres desplaza el desnudo hacia otras forma de interpretación, sin que olvide tan poderoso referente. Esto se explica con la presencia de cuerpos que han logrado la neutralidad ante el impulso lúbrico. Las fotografías están asimiladas al concepto de lo bello a través del hallazgo de la inminencia. Lo mejor de todo es que la mirada de Ordieres es un búsqueda alrededor del proceso de la belleza. En su caso ella la enuncia y la deja fluir en ese atisbo, que ya es logro. Sin más, una colección que afina el ojo de la artista y deja listo el terreno para lo que siga.

 Andrés de Luna

 

 

LA LENTE DIAFANA Y CORDIAL DE NORMA ANGELICA

Luego de indagar la piel humana con su óptica especial (2008), Norma Ordieres desarrolló en el 2011 otro proyecto fotográfico: Retratos de Familia, ambos auspiciados por el Programa de Estímulo a la Creación y al Desarrollo Artístico, en la categoría de Creadores con Trayectoria.

Ahora, ensanchando la misma perspectiva humana, Norma Angélica se propuso investigar diversos núcleos familiares quintanarroenses, cuyos integrantes, en su gran mayoría, han llegado de diferentes partes del país y del extranjero.

La artista explica al respecto que “la familia tradicional ha cambiado, y junto a ella aparece ahora un gran número de modelos de familia no reconocidas hasta el momento, o apenas empezando a ser legalmente aceptadas… mas pocos documentos existen al respecto de nuestro estado”, y como apunta Carlos Duering en su propuesta de declaratoria al H. Cabildo de Benito Juárez, “Cancún, Capital de la Diversidad Cultural de América y el Caribe… Somos capital de la diversidad cultural de América y del Caribe, un lugar con mayor diversidad de todo el planeta, pero nos falta que alguien nos ayude a vernos y mostrarnos cómo somos y a aceptarnos: diversos, pluriculturales.”

En efecto, una vez concluida la serie Retratos de Familia, observamos con asombro y gratitud (hacia la autora) una rica gama de grupos familiares que, justamente en esta tierra de promisión y leyenda, el Caribe mexicano, han hecho posibles sus sueños de plenitud y armonía.

El acto de observar este conjunto de fotografías genera, además de disfrute estético, una lección de elevado humanismo, porque la lente de Norma Angélica hace honor a su bello nombre: es desde una mirada ciertamente seráfica que aparecen ante nosotros esas personas que de una manera u otra han decidido conformar familias.

Es decir, que hay un amor indudable de la fotógrafa hacia los seres retratados, y un respeto igualmente diáfano hacia sus formas de convivencia, todo lo cual emana sutilmente de cada uno de estos retratos, y por esa ley de los imanes atribuida a la poesía por Platón, ese amor conmueve nuestro corazón y nos hermana con cada una de las personas fotografiadas por Norma Angélica, de modo que es necesario reiterar que se le agradece profundamente haber enriquecido el acervo artístico y cultural de Quintana Roo con sus Retratos de Familia.

 Carlos Torres